lunes, 29 de septiembre de 2014





La barra Imperio Marciano le rindió un homenaje a tres personajes plenamente identificados con el color azul bandera: Guillermo Loro Castro, Odilio Viche Avilés y Francisco Gómez
Cuando le llegó el momento de echarse a volar, Guillermo Castro dejó su natal San Vicente y se vino a la capital, traía una recomendación en su mochila y un montón de sueños para enfrentarse a la vida. Durante un tiempo estuvo aprendiendo oficio en la Maestranza del Ejército pero su visión y propósitos no estaban acorde con esa actividad. Entones experimentó un cambio en su vida que fue determinante: se decidió por jugar en el equipo de la institución que lo había recibido como hijo adoptivo. El técnico Isaías Choto vio sus condiciones y lo invitó a entrenar con el Atlético Marte. Los carabineros eran equipo de media tabla para abajo y necesitaba de sangre joven en sus filas. Guillermo llegó y el club tuvo que colgar a la entrada un letrero que decía “No hay plaza vacante para defensa central”. Y ahí se quedó hasta que quiso y ahí tambien el arquerazo Paco Francés lo bautizaría con el apelativo de Loro que se le volvió como un tatuaje. Sus inicios fueron difíciles pues era la época cuando los novatos casi no recibían sueldo y las arcas del Marte estaban vacías. Pero comenzó a destacar y pronto fue considerado el mejor defensa central del país.Llegó la selección nacional y con ella los Norcecas donde fue nominado como el mejor, luego las Olimpiadas y el Mundial de México y Guillermo seguía tan campante lo cual nunca lo envaneció y paralelamente se graduó de contador. El Loro Castro fue un fiel representante del fútbol salvadoreño, pleno de amor propio, con mucho carácter y paradógicamente siendo del Marte equipo a menudo resistido, era adorado por los aficionados por su entrega con la selección nacional. Es que era tanto su arrojo en la cancha que terminaba los partidos todo adolorido e invariablemente era el último en ducharse y por lo general abandonaba el estadio cuando todos se habían ido. A sus compañeros les asombraba tanta resistencia y recuperación y cuando veían llegar al médico para revisarlo y dar su dictamen, sabían que pese a sus lesiones el Negro jugaría, pues se divertía dando aquella lección de coraje. Pero su máxima hazaña fue en 1962 el Marte se debatía en los últimos lugares y llegaba penosamente al final del campeonato. Ese domingo se enfrentaba a su eterno rival: el Juventud Olimpica, al que no le efectaba el resultado, pero indudablemente llegaría a dar la batalla. Las opiniones de los expertos apuntaban a que los carabineros perderían la categoría, por eso el campamento del equipo no estaba alegre como siempre y se presentaba el agravante de que el plantel estaba diezmado por las lesiones y los castigos. 
El día del partido se escuchó en el Flor Blanca un grito despavorido “¡la otra temporada los veremos en el Polvorín!”. Guillermo era uno de los lesionados y como pudo ayudándose de sus muletas, bajó resuelto a los camerinos y pidió que le quitaran el yeso y lo infiltraran. “Se que hago falta y quiero ayudar”. exclamó. El entrenador Isaías Choto distribuyó adecuadamente a sus hombres e incluyó a su estelar defensa, no había otra. Los muchachos realizaron una gran faena y salvaron la categoría. La alegría cundió, la celebración fue en grande y el pie de Guillermo fue enyesado de nuevo. En 1971 pasó a la UES y en 1975 se retiró en el Juventud Olímpica. 
El pasado domingo los integrantes de la barra Imperio Marciano le rindieron un homenaje que había estado esperando y lo recibió con mucha satisfacción. 
Con él tambien fueron galardonados otros extraterrestres de sangre azul: Ovidio Viche Avilés y Francisco Gómez. ¡Nadie se sacrificó tanto en la cancha por el Atlético Marte como el Loro Castro!, y por los vientos que soplan, ¡nadie lo volverá a hacer!
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