lunes, 9 de octubre de 2017

POR AMOR A LA CAMISOLA

Hay camisolas que sobreviven en la memoria de los aficionados. Son esas que corresponden a momentos triunfales, que tienen un significado especial. 


Los aguiluchos no conciben otro color que el anaranjado; tigrillos y toros la combinación del azul, blanco, rojo; los marcianos el azul, "cocoteros" y dragonianos, el verde; los universitarios el rojo y los aliancistas el blanco, por más que con el color celeste y hace más de medio siglo le hayan ganado al Santos de Pelé. En la actualidad y por razones comerciales, los dirigentes acuden a diferentes colores y diseños que hasta parecen catálogos de venta, pero hay que buscar ingresos y complacer a los patrocinadores, de manera que tienen el uniforme de local, de visita, el tercer uniforme y cualquier otro que saquen para poder vender.

Si ustedes revisan los armarios de los futbolistas retirados o no, encontrarán guardadas con esmero las camisolas que lucieron en sus años de gloria. Para ellos son tesoros, donde cada prenda tiene una historia singular.

Sé de dos que tienen sus pequeños museos, que saben donde está cada cosa: Mauricio “Pipo” Rodríguez y Jaime “Chelona” Rodríguez. Colocados con suma delicadeza y con visitas frecuentes, guardan en un lugar de sus casas todo aquello que les recuerdan sus triunfos especialmente sus camisolas. “Pipo” siempre jugó en equipos nacionales y las tiene celosamente guardadas, incluso los trajes de calor o pants y numerosos objetos relacionados como trofeos, placas, diplomas, cuadros, pines, souvenires.

También los tiene Jaime, quien militó en equipos de tres continentes: Europa, Asia, América. Y ha tenido la “Chelona” el sumo cuidado de guardar publicaciones y fotos de tantos países donde el deporte lo ha llevado.

El “Mágico” González no es amigo de esas sutilezas e incluso ni habrá de acordarse de los colores y diseños de sus equipos.

Corría el año 1981, recién pasaba la ofensiva del FMLN, el país se debatía en una contienda sangrienta, pero el fútbol nunca paró. Por eso siempre he dicho que los muchachos que fueron a España 82 son doblemente heróicos.

Pues ese día la plantilla del Independiente iba en el bus a entrenar a San Vicente. La cautela era imprescindible porque a menudo encontraban cadáveres tirados sobre el pavimento. En una curva fueron detenidos, encañonados por un retén y varios sujetos conminaron a los jugadores a bajarse. El del asiento de adelante era “Quino” Valencia quien entró en pánico cuando el jefe del grupo lo identificó: -“¿vos sos “Quino” Valencia?”, le preguntó; pero otra voz lo distrajo, -"¡hey aquí está “Lotario”, …y el “Caballo” Vega, “Chus” González, Ismael Quijada, "Gatti" Méndez, la "Tuquita" Gómez y “Carlanga” Rivera!".

Los brasileños Marquinho y Justino da Silva temblaban y de la mejor manera accedieron cuando los muchachos les pidieron sus implementos deportivos y se identificaron como miembros del Ejército Revolucionario del Pueblo. Ahí quedaron los maletines y el resto del recorrido lo hicieron en silencio. Cuando llegaron a San Vicente y contaron lo ocurrido los dirigentes se las ingeniaron para conseguir nuevos implementos porque el domingo llegaba el Alianza. Ese día del mascón, cuando entraron a la cancha se sorprendieron al divisar en los tendidos populares a un grupo de aficionados vestidos con el uniforme negro y amarillo, quienes se acercaron a la malla metálica para saludarlos y los animaron durante el partido en que vencieron a los albos. Por supuesto que aquellas camisolas no son parte de sus colecciones, pero “Quino” siguió con su costumbre de sentarse adelante y cada vez que pasaban por aquella curva cerraba los ojos y rezaba.

De los títulos ganados uno guarda grandes recuerdos, por más que haya pasado el tiempo, son triunfos objetivados en esos trapos o pedazos de tela que para otros no tendrían mayor significado.

Con el Marte ganamos dos títulos nacionales y solamente guardo una de esas camisolas, la otra se me extravió, más bien alguien me la sustrajo en un descuido, lo cual siempre lamenté.

Del Marte pasé al Juventud Olímpica y en un entrenó volví a ver mi camisola que ya no era mía, la portaba Mauricio “Tarzán” Alvarenga quien al ver mi sorpresa solamente sonrió. No hubo forma de que me la regresara, mucho menos a la fuerza, pues era una mole humana que sabía artes marciales.

En 1973 salimos campeones con el Juventud Olímpica bajo la dirección de Juan Quartarone, clasificamos fácilmente para la ronda final y solamente perdimos un partido ante el Alianza; seis cuadros disputamos dos vueltas, uno contra todos y terminamos invictos en el primer lugar.

En el penúltimo juego ya siendo campeones le ganamos a la UES y hubo fiesta en el “Flor Blanca” con la quema de un castillo de pólvora incluida; creo que fue la última vez que eso ocurrió. Durante los juegos anteriores, un cipote de unos 14 años no me daba agua con la camisola, lo veía siempre y me saludaba cordialmente. Ese día y en medio de la euforia me convenció y accedí a dársela. Sabía que la cuidaría aunque me confesó que era marciano pero que le encantaba como jugábamos y que me seguía desde mis tiempos con “Los Mustangs Azules”.

Pasé al Alianza, luego al Firpo y en 1976, Juan Quartarone, me llevó al Marte donde coincidí con varios de los muchachos que habían sido mis compañeros en el Juventud como Luis Condomí, Rodolfo Baello, Helio Rodríguez, Jorge “Indio” Vásquez y mi hermano Caly.

Asomaba una generación de cipotes que practicaban un fútbol de fina trama y que al equipo titular, en los entrenos, nos hacían quedar mal: Carlos Alberto “Chicharrón” Aguilar, Manuel “Gato” Castillo, Luis “Cuisito” Durán y Danilo Blanco.

Una tarde el Danilo llegó con aquella camisola. Ya no era el cipote escuálido que me la había pedido y estaba en camino de convertirse en un crack ya que después escribió su propia historia en nuestro fútbol. Fue como un hijo que el fútbol me regaló, por eso le digo a Léster Blanco su retoño, que en cierta manera es como mi nieto.

La camisola que guardo del Alianza tiene una historia triste, con esa disputamos el Campeonato Centroamericano ante el Municipal de Guatemala en el estadio "Mateo Flores" y lo perdimos, encima me lesioné.

Un día no la encontré, la busqué por todos lados y llegué a la conclusión de que alguien se la había llevado. Por entonces tenía una amistad entrañable con Arturo Soto Gómez, brillante periodista deportivo quien fuera el director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de El Salvador. Nos frecuentábamos mucho y su hijo Marito era como mi hijo.

Pasaron las semanas y una tarde me sacudió la noticia de que Marito había fallecido repentinamente, tenía apenas 15 años. Anegado en llanto llegué a la casa de Arturo quien me recibió con la camisola en las manos. -“¡Siempre te la quiso regresar, pero le daba pena!”, me explicó, -“quería lucirla ante su amigos aunque le quedaba tan grande”, agregó.

Guardo además otras y una que me recuerda horas felices es la del Platense con la que conquistamos el Torneo Centroamericano de la Fraternidad ante el Saprissa y Herediano de Costa Rica, Aurora y Municipal de Guatemala y el nacional Negocios Internacionales. Me llevó al equipo de Virola: ¿quién si no, mi querido Juan Quartarone con quien celebramos tantos triunfos?.

Ya retirado y en mi condición de periodista llegaron a mi colección otras con igual o mayor significado. En 1989 el Alianza quedó campeón bajo la dirección técnica de don Hernán Carrasco. Había traído a su paisano Raúl Toro quien hizo capote con el equipo blanco. Cultivamos una linda amistad para siempre y al ver su calidad humana lo auxilié cuando pasó algunos momentos difíciles. Ese día que le ganaron la final al Firpo 3 a 1, Raúl las hizo todas y fue declarado el mejor jugador del campeonato. A la hora de la celebración vi como defendió su camisola que muchos aficionados se la quisieron quitar. Entró al camerino a dejarla y salió con otra. Por la noche nos reunimos y me la llevó en señal de agradecimiento. Me conmoví ante el grupo de amigos, pues sabía lo que el gesto significaba.

Otra es la que mis hijos Carlos Manuel y Javier Alejandro, sabiendo de mi amistad entrañable con Ramón Fagoaga, me insistieron que le pidiera una camisola del Marte, que los periodistas dieron en llamar el “Equipo Bandera”. Como la Chana no estaba para esos tafetanes, Ramón esperó que terminara el campeonato para entregármela.

Y para un día de mi cumpleaños, Rafael Cerna me sorprendió con una versión vintage de camisola del Marte, la misma con que fue campeón el 25 de diciembre de 1985 y que fabricaba con tanto esmero Raulito Ayala.

Con esa grandes jugadores como Mario Figueroa, “Cacho” Meléndez, José Luis Rugamas, Ramón Fagoaga, Salomón Campos, Danilo Blanco, Norberto Huezo, Iván Escobar, Raúl Esnal, William Rosales, Marcial Turcios, Guillermo Raggazone y otros nos dieron el último título bajo la dirección técnica del profesor Armando Contreras Palma. Rafa me escribió unas letras tan sentidas que calaron en mi sentimiento, pero advertí que todo se debía al gran cariño que me tiene: -“no creo que exista otro guerrero de la vida y del deporte que merezca mas que vos el llevar puesta esta camisola, así que cuando la usés debés recordar que gracias a vos, “Araña” Magaña, Ramón Fagoaga, Guillermo Castro, José Luis Rugamas, Norberto Huezo, Mario Figueroa, don Hernán Carrasco y otros, este equipo es grande”.

En octubre de 2014 y en el andar periodístico me tocó ir a España con motivo de un clásico entre el Real Madrid y el Barcelona. Mi adorada Andrea Carolina se encargó de enviarme desde la bella bahía de San Francisco una chumpa y una camisola de los merengues. ¡Cómo no tener eso en medio de algodones!, tal como dicen cuando un jugador lesionado se está cuidando para un partido importante.

Pues más allá de lo deportivo, cada una de esas prendas pueden simbolizar profundos y diversos sentimientos: la del Independiente, el miedo; la del “Tarzán”, la impotencia; la de Danilo, la nacencia de una amistad para siempre; la de mi recordado Marito, la tristeza; la del Platense, mi cariño hacia el gran Quarta; la de Raúl toro, el agradecimiento; la de Ramón, el afecto y admiración que le guardo; la de Rafa, el cariño mutuo que nos profesamos y la del Real Madrid que me mandó la Andrea, el amor más puro.

Por Manuel Cañadas.
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